viernes, 23 de enero de 2009

La Pira, cuento sobre la violencia contra las mujeres y otras yerbas al respecto...


Me da rabia cuando escucho a imbéciles manifestar, algunas veces, hasta públicamente, que "a muchas mujeres lo que les hace falta es una buena golpiza...". Me pregunto si ¿será que a ellos los parió una yegua? (con el perdón de las yeguas y de sus señoras madres), o bien ¿que no tienen hermanas, hijas o amigas?.

A estas alturas de la vida esos comentarios no deberían emitirse, ni aun bajo el pretexto de la sacrosanta libertad de expresión.

No justifico a las que como Lorena Bobbit en años recientes y Francine Hughes, a finales de los 70, optaron por tomar venganza contra los ultrajes de los que sistemáticamente fueron objeto por parte de sus hombres, no las justifico, pero si las comprendo, aunque no esté de acuerdo con los resultados obtenidos.

Lo anterior es por que considero que cuando una víctima decide dejar de poner la otra mejilla y atacar, básicamente no ejerce un acto coherente y racional, sino que se deja arrastrar por una venganza ciega, actúa por instinto y generalmente luego se arrepiente de lo hecho.

Hasta que la víctima no tome el control de su propia vida y salga de la dependencia económica, sexual y psícológica que la mayoría de las veces se observa cuando se conocen las interioridades de cada caso, no podrá decirse que hay algún resultado positivo

El 28 de octubre del 2008, escribí el cuento "La pira" recordando a quien fuera, durante muchos años, víctima de la violencia física y psicológica por parte de su marido. Los nombres y algunos hechos han sido cambiados, pero la esencia es real.

Ojalá les guste.


La Pira

Cuando él le prendió fuego a las cosas de ella, yo estaba escondida detrás del “turulato” pilón que acompaña, desde siempre, las venturas y desventuras de los habitantes del  rancho.

Ella se había ido durante la noche, sola, sin más equipaje que el alma llena de incertidumbre y la cara plena de moretones negri-azules, vestigio inminente, de la última paliza propinada por él.


Recuerdo clarito que antes de irse, ella me abrazó y me dijo, en un tono firme y seco, uno que no le conocía: “pórtate bien”. No me besó, no me dijo más nada. Sólo me miró, se sonrió un poco, como siempre, sin ganas; y me llenó la vida con esa mirada mojada, esa que tenía en los últimos tiempos. No la vi más.

El arrastró, de debajo del catre, que hasta la anoche anterior ella había ocupado, con una facilidad increíble, una pesada caja, que más parecía el ataúd de un bebe muerto, que la caja de Pandora guardiana de los tesoros más queridos de la mujer ya ausente. Del interior de la caja, el hombre sacó primero un estuche redondo de talco con olor a azahares. Lo miró embelezado, como recordando algo; y como si de ello dependiera su vida, rápidamente destapó el envase, aspiró el olor de aquella mota con residuos perfumados, cerró el envase y colocó en el suelo, de un golpe, con rabia. Después, sacó doblada, de entre bolitas de alcanfor, la falda de dacrón azul con flores amarillas y blancas que ella se ponía en esos raros domingos en los que él la dejaba ir a misa. Esa misma falda que irremediablemente acompañaba a la camisa de poplin blanco, que de tanto usarse tenía gastada la parte interna del cuello.

El blanco de esa blusa, me recordaba tanto a esa espuma de jabón que creaba enjambres multicolores de burbujas que libres e insurrectas se perdían más allá de lo visible e invisible, poblando los cielos de seres esféricos y risueños. Miles de burbujas de jabón que sus ásperas manos de campesina producían al lavar las montañas de ropa sucia de cinco criaturas inquietas y un marido taciturno, bebedor de aguardiente y trabajador como un burro, las que un día si y otro no, ella lavaba en el río, mientras mis hermanos y yo, ajenos a su esfuerzo, practicábamos toda suerte de maromas y "corrinchos" en el río que marcaba los linderos de nuestra parcela.

A partir de ese momento, él empezó a sacar de manera frenética diferentes prendas de vestir y objetos queridos de ella. Así, enaguas, camisas, pañuelos, un escapulario, toda suerte de papelitos doblados y un sin fin de trapos multicolores, fueron saliendo de la caja y arrojados con frenesí delirante al suelo, hasta lograr que el pequeño montículo de objetos preciosos trascendiera el nivel del suelo del patio trasero del rancho.

Como un espíritu poseído por las huestes malignas de un ejército de diablos pirómanos, él regó kerosén sobre el montoncito de tesoros y ¡zas! encendió un fósforo, luego otro y otro …hasta que la llama lograda chamuscó las ilusiones y aplacó la ira. Transcurrido un rato, de la pira funeraria sólo quedaban cenizas y una humareda hedionda que hacía que me picara la nariz y que se me aguaran los ojos.

Concluido todo, él exhaló un suspiro, dio media vuelta y se fue para el monte, a su “trabajadero” habitual.

La mañana empezaba a clarear, las gallinas se impacientaban en su chiquero y a lo lejos, detrás del cerro, el rey de los astros empezaba a mostrar sus greñas de oro anunciando el nuevo día.
Trepado en el jorón, mi hermanito  se desgañitaba pidiendo desayuno, amenazando con lanzarse al vacío.

Los otros chicuelos, arriba todavía dormían, formando un nudo de piernas, manos y troncos, enfurruñados en un ovillo, parecían soñar la más dulce de las fantasías infantiles.Y acá abajo yo, la más pendeja de todos, vigilando a esos chiquillos haraganes y cochinos, poniendo el café y sancochando yuca, para que todos se llenen la panza lombricienta. Una panza que parece que nunca se harta, por más comida que trague.

Todo eso desde una mañana que no olvido…y ¡cómo olvidarla!, si fue la mañana en que dejé de hacer piruetas en el río. El mismo día en que se quedaron abandonadas en un rincón y para siempre, mis muñecas de trapo y tuzas de maíz seco, fue la mañana en que crecí de un golpe, fue precisamente la mañana en que ella, “mama” se fue...

2 comentarios:

david rojas dijo...

Hola Anayansi; elegimos tu cuento para publicarlo hoy, Día Internacional de La Mujer, en EL CUENTO DEL DÍA:
http://www.facebook.com/pages/El-cuento-del-dia/148965811525
Espero que no te moleste, cualquier cosa avisamos y lo removemos.

Anayansi Acevedo dijo...

Claro que no...de hecho es un gran honor y un gran estímulo...abrazos