viernes, 16 de septiembre de 2016

Claveles













Solía aburrirle ordenar su casa. Quienes la conocían sabían que en su cubil, infaltable siempre estaba, acurrucada en el sofá, a modo de camita para los gatos, la pila de ropa por doblar; el indeseable grifo que goteaba y en cada rincón, montones de objetos sin ley, orden o utilidad que guardaban en su seno las huellas de vivencias que ya nadie recordaba.

El hechizo quedó roto cuando en un arranque de locura, tal vez producto de un ramo de claveles que le llegó por azar, ella se deshizo del florero del asa rota, cuyo único valor, había sido ser el resguardo temporal de unas rosas ya muertas, pulverizadas y olvidadas hace mucho tiempo.

Ese día, la mujer necia que insistía en guardar cachivaches, también aprendió que los papeles tristes se pican en pedacitos y se meten dentro de cuatro bolsas de basura para que sus tristes letras no regresen jamás a ocupar espacios vitales perdidos desde la prehistoria de los tiempos.