lunes, 24 de febrero de 2014

Recordando a Antonio Machado





Hace poco se conmemoró un aniversario más de la muerte de uno de mis poetas favoritos:  Antonio Machado.  Al enterarme,  por supuesto que me puse a escuchar (por millonésima vez)  "Cantares" de Serrat y  me he puesto a repasar poemas viejos.  Viejos y raros algunos,  según mi visión actual de las cosas.

Hace varios meses que no leía  poemas  de poetas de verdad.  Pendejamente me estaba sumergiendo en la mediocridad de lo cotidiano y creo que por eso,  se me hicieron extraños  versos ya conocidos.  

Me costó un poco disfrutar la metáfora de algunos con los que antes me identificaba:

“te busqué en tu sueño, 
y allí te vi vagando en un borroso
 laberinto de espejos”.

Seguro que me costó.

 Por ahí leí que Machado no es un poeta fácil, y traté de consolarme con eso.  Sin embargo,   por algo que aún no entiendo, a Machado,  lo he visto,  desde que lo descubrí,   como un compinche,  cómplice de soledades,  de las noches de insomnio.  Y bastó que releyera el versillo que a continuación transcribo,  para recordar por qué es tan especial para mi:

"Algunos desesperados
sólo se curan con soga;
otros con siete palabras:
la fe se ha puesto de moda".

Para mi,  ese verso en particular,  es un desafío tremendo a la doble moral,  sobre todo,  si consideramos la época de su escritura.  Creo que ese verso tan simple,  tan cierto,  tan duro,  fue de los que me enamoraron.  Me enamoraron porque al volverlo a leer,  sentí que yo estaba por encima de lo planteado.  Me hizo sentir como una sobreviviente:  Yo,  ni me cuelgo de un árbol,  para detener los sufrimientos de una vida que a veces,  de lo jodida,  duele;    ni tampoco me arropo en rosarios,  buscando expiaciones de culpas.

Mis exorcismos,  los manejo desde el inicio de los tiempos,  a mi manera y eso es algo de lo cual me enorgullezco.

Tal y como hago yo cada vez que quiero saber más sobre algo, ahí les dejo el enlace de wikipedia:

 http://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Machado


jueves, 20 de febrero de 2014

Poca Paciencia

Soy de tener poca paciencia.  Supongo que más que una virtud,   es un defecto.  Estoy segura que por esa falta de paciencia me pierdo un gran número de acontecimientos importantes,  motivos de dicha  o de desenlaces felices.


Como soy consciente de que debo tener más paciencia,    programo ejercicios que me ayuden a fortalecer esa capacidad de tolerar que las cosas no dependen  de mi voluntad individual. 


Por eso hago cosas sencillas e intrascendentes  que me permiten ejercitar el arte de la paciencia,  como ver la “santa misa en la tele” uno  que otro domingo ,  respirar hasta diez antes de mandar para la mismísima m… a quien me hace una maldad automovilística o tratar de aprender a tocar guitarra de manera autodidacta a punta de vídeos de youtube.

Por eso también hago cosas lindas y gratificantes,  como dejar secar semillas de guandú,  desgranarlas,  sembrarlas,  regarlas,  observar el  instante en que el tallo se desarropa de su manto terrenal y asciende erecto a buscar las bondades de la vida sobre la litósfera;  y así,  luego del regado,  abonado,  hasta el proceso cumbre de cosecha,  cocinar arroz con guandú,  deleitar mi olfato con su maravilloso olor y finalmente deglutir el fruto de mi esfuerzo,  para deleite de mis papilas gustativas.   También,  a veces leo libros que a primera vista me parecen aburridos, con el sólo fin de pacientemente llegar al final.  Esto último a veces es logrado,  otras veces,  la impaciencia del aburrimiento, hacen que deje el libro a medio palo y busque otro.  Como todo ejercicio práctico,  a veces las cosas no resultan.

Siembro plantas,  leo libros,  no insulto tanto,  veo programas que no me gustan para tratar de aprender cosas que le interesan a mi prójimo,  trato de desarrollar un arte,  juego cosas raras,  como mecanismos de vencer mi impaciencia y siendo  objetivos,  he descubierto que en esas cosas,  tiendo a ser bastante paciente.

La situación cambia,   cuando se trata de interactuar con humanos.  Y ahí si estoy segura que cada vez tengo menos paciencia.  En el camino,  me volví experta en el arte de sacudir de mi vida a gente que me hace sufrir o que me molesta.  Y tal vez eso podría considerarse muy bueno,  porque evita que me envuelva en relaciones tóxicas,  aunque es posible que por impaciente también pierda oportunidades invaluables de compartir con gente maravillosa,  en diferente forma a lo que estoy acostumbrada.

A final de cuentas,  el corazón me pide ser paciente,  pero a ese no quiero hacerle caso,  porque a través de los años descubrí que esos quereres míos son irresponsables,  lo que implica que debo  pedir la interdicción judicial por incompetente y bruto  para mi corazón.  Pero la razón también  me dice que debo ser más paciente.   A esa le voy a hacer caso.  No muy convencida,  porque siento que pocas veces corazón y cerebro logran una complicidad sospechosa,  en cuyo caso tocará pedir la interdicción judicial total para mí.

Voy a ceder,  contra ese deseo de mandar todo para el diablo y empezar de nuevo.  Lo haré por el convencimiento de que la madurez implica disciplina y parte de la disciplina consiste en no formar berrinches cuando las cosas no son como yo quiero que sean.


“Crezco,  soy feliz,  TOMO EL CONTROL.  Me amo más que a nada en el mundo.  Cada nuevo día es un  aprendizaje.” (nueva mantra)

martes, 18 de febrero de 2014

Bailar como loca


Bailar como loca, a solas: sudando la gota gorda mientras meneo mi gran trasero, herencia de algún gen africano despistado pero latente, para suerte mía, evidentemente presente en mi árbol genealógico.
Bailo, al ritmo de grease, flashdance, footlose o my sharona, brincando feliz recordando los saraos de la rebeldía despreocupada de la secundaria o las coladas en la discoteca, cuando no le exigian a una, cédula para demostrar una mayoría de edad inexistente.

Bailo, para quemar calorías, para soltar los músculos, hacerle gestos vulgares, provocativos y poco castos, a la imagen del espejo, sentir el placer de ser por un instante, la sensual vedette de mis sueños no cumplidos.

Bailo y me río de mi misma, de la flacidez, de la celulitis, de las tetas caídas, pero no vencidas y de los cuasi cuadritos abdominales, invisibles todavía, los que, en mis sueños de opio recreo para gloria futura de una utópica y poco probable barriga plana.

Bailo y quedo con las piernas de trapo, la cara roja y el peinado deshecho, pero aún así, quedo con mi autoestima a millón y la sonrisa de niña en pascuas pintada en el rostro por horas.
Bailo, para espanto de mis vecinos, alegría de mis hijos y tranquilidad de mi alma.

Sin duda alguna, bailar como loca, a solas: otra cosa genial, descubierta después de los cuarentas, que se aprende a disfrutar sin el más mínimo pudor o cargo de conciencia cuando -¡por fin! - empezamos a no pedir permiso para ser nosotras mismas, hacer lo que el cuerpo nos pide y decidir hacer lo que nos da la regalada gana.