miércoles, 28 de enero de 2009

Como la mala yerba...


He conocido gente maravillosa y otra que no lo es tanto, pero que han logrado algo muy importante que es objeto caro de mi deseo.

Eso tan ansiado por mi, ahora que aun respiro, es la certeza de la recordación post mortem.

Si, es egolatría a la más elevada potencia. No lo niego ¿para qué?, total, la modestia jamás ha sido una de mis virtudes.

Por supuesto que preferiría que me recordaran como una tipa cool, linda, inteligente, buena gente y vainas por el estilo...eso si nada pendeja, ni conga. Pero más que ser recordada por alguna razón o hecho específico, quiero, simplemente que por lo menos mis hijos, familiares, amigos y uno que otro cualquiera que me conoció, se acuerden de vez en cuando de mi, pues de pronto de esa forma tal vez resulte que no me he muerto del todo.


El pensar que para quienes me conocieron, mi paso fugaz por este planeta fue intrascendente, me aterra.

Yo creo que ese miedo viene luego de una idea nacida producto de una lectura antigua que me encantó y me dejó con el convencimiento pleno de que cuando uno se muere, en realidad no se muere si es recordado por otras personas (bien podría ser una forma de inmortalidad, ¿o no?...parafraseando a Kundera)

Leí hace mucho tiempo en la obra señalada en primer lugar escrita sobre el general Omar Torrijos Herrera, obra que ganó el premio Casa de Las Américas, del maestro José de Jesús "Chuchú" Martinez, que San Agustín en un planteamiento filosófico al respecto, establecía que cuando se moría un ser amado, uno se sentía tan triste que muchas veces, quería morirse también, si no era por el convencimiento de que al morirse uno, estaría matando lo único que quedaba vivo del difunto: su recuerdo. La reflexión se hacía a propósito de los sentimientos del autor ante la muerte del protagonista.

En virtud de la lectura anterior deduje que San Agustín establecía que cuando el recuerdo del muerto estaba vigente, aquel en realidad no estaba del todo muerto.

Los cristianos supuestamente creemos en la vida después de la muerte, pero es seguro que yo soy una mala cristiana ya que no tengo esa certeza.

Como siempre que escribo, me encuentro presa de sentimientos. De verdad me da dolor y rabia, pues con toda mi alma quisiera tener esa certeza, pero no la tengo.

Cómodamente me gusta más la posibilidad de "creer" que puedo obtener vida eterna basada en la recordación de quienes lo amaron a uno. No se, tal vez es una tontería, me gusta "creer" en ello, pues seria realmente hermoso.

Si lo anterior fuera posible entonces es seguro que, por ejemplo: Mi abuela Margarita, quien partió de este mundo cuando yo iba a cumplir 15 años, en realidad está viva por allí, por algún lado y vivirá por siempre, por lo menos, mientras yo esté por acá, recordándola cada vez que veo un jardín hermoso y flores cuidadas, pues su principal recuerdo, se traduce en el acto simple de una de sus tantas cualidades, su amor a las flores (el cual curiosamente me heredó).

Así por el estilo, cuando escucho las melodías de una cumbia de mi patria chica, me acuerdo del famoso "Ñato" Califa, maestro del género y amigo de mi familia, el cual "falleció" hace 2 años, quien seguramente sigue vivo, tocando su acordeón por toda la eternidad, vivito y coleando no sólo en mi memoria, sino en la de todos sus coterráneos amantes del folklore.

Siguiendo el hilo, entonces Omar Torrijos Herrera vivirá por siempre en la memoria colectiva de los panameños que lo identifican con un símbolo perenne del antimperialismo y la lucha y conquista de la zona del Canal.

Lo malo de la posibilidad de vida eterna basada en el recorderis de los demás, es que hay cabrones como Hitler, Pinochet, maleantes, depredadores sexuales y otros desgraciados, que de tantas maldades que hicieron, jamás se van a morir, pues las víctimas jamás olvidarán sus vejámenes y las secuelas de estos tal vez nunca se borren.

Como corolario de lo expuesto yo "solamente" (ja...) quiero ser como la mala yerba, no morirme nunca.

No aspiro a encontrar el remedio ansiado de la eternidad, sino simplemente a vivir, aunque sea a través del pensamiento fugaz y esporádico, en la memoria de quienes me conocieron: PARA BIEN O PARA MAL.

viernes, 23 de enero de 2009

La Pira, cuento sobre la violencia contra las mujeres y otras yerbas al respecto...


Me da rabia cuando escucho a imbéciles manifestar, algunas veces, hasta públicamente, que "a muchas mujeres lo que les hace falta es una buena golpiza...". Me pregunto si ¿será que a ellos los parió una yegua? (con el perdón de las yeguas y de sus señoras madres), o bien ¿que no tienen hermanas, hijas o amigas?.

A estas alturas de la vida esos comentarios no deberían emitirse, ni aun bajo el pretexto de la sacrosanta libertad de expresión.

No justifico a las que como Lorena Bobbit en años recientes y Francine Hughes, a finales de los 70, optaron por tomar venganza contra los ultrajes de los que sistemáticamente fueron objeto por parte de sus hombres, no las justifico, pero si las comprendo, aunque no esté de acuerdo con los resultados obtenidos.

Lo anterior es por que considero que cuando una víctima decide dejar de poner la otra mejilla y atacar, básicamente no ejerce un acto coherente y racional, sino que se deja arrastrar por una venganza ciega, actúa por instinto y generalmente luego se arrepiente de lo hecho.

Hasta que la víctima no tome el control de su propia vida y salga de la dependencia económica, sexual y psícológica que la mayoría de las veces se observa cuando se conocen las interioridades de cada caso, no podrá decirse que hay algún resultado positivo

El 28 de octubre del 2008, escribí el cuento "La pira" recordando a quien fuera, durante muchos años, víctima de la violencia física y psicológica por parte de su marido. Los nombres y algunos hechos han sido cambiados, pero la esencia es real.

Ojalá les guste.


La Pira

Cuando él le prendió fuego a las cosas de ella, yo estaba escondida detrás del “turulato” pilón que acompaña, desde siempre, las venturas y desventuras de los habitantes del  rancho.

Ella se había ido durante la noche, sola, sin más equipaje que el alma llena de incertidumbre y la cara plena de moretones negri-azules, vestigio inminente, de la última paliza propinada por él.


Recuerdo clarito que antes de irse, ella me abrazó y me dijo, en un tono firme y seco, uno que no le conocía: “pórtate bien”. No me besó, no me dijo más nada. Sólo me miró, se sonrió un poco, como siempre, sin ganas; y me llenó la vida con esa mirada mojada, esa que tenía en los últimos tiempos. No la vi más.

El arrastró, de debajo del catre, que hasta la anoche anterior ella había ocupado, con una facilidad increíble, una pesada caja, que más parecía el ataúd de un bebe muerto, que la caja de Pandora guardiana de los tesoros más queridos de la mujer ya ausente. Del interior de la caja, el hombre sacó primero un estuche redondo de talco con olor a azahares. Lo miró embelezado, como recordando algo; y como si de ello dependiera su vida, rápidamente destapó el envase, aspiró el olor de aquella mota con residuos perfumados, cerró el envase y colocó en el suelo, de un golpe, con rabia. Después, sacó doblada, de entre bolitas de alcanfor, la falda de dacrón azul con flores amarillas y blancas que ella se ponía en esos raros domingos en los que él la dejaba ir a misa. Esa misma falda que irremediablemente acompañaba a la camisa de poplin blanco, que de tanto usarse tenía gastada la parte interna del cuello.

El blanco de esa blusa, me recordaba tanto a esa espuma de jabón que creaba enjambres multicolores de burbujas que libres e insurrectas se perdían más allá de lo visible e invisible, poblando los cielos de seres esféricos y risueños. Miles de burbujas de jabón que sus ásperas manos de campesina producían al lavar las montañas de ropa sucia de cinco criaturas inquietas y un marido taciturno, bebedor de aguardiente y trabajador como un burro, las que un día si y otro no, ella lavaba en el río, mientras mis hermanos y yo, ajenos a su esfuerzo, practicábamos toda suerte de maromas y "corrinchos" en el río que marcaba los linderos de nuestra parcela.

A partir de ese momento, él empezó a sacar de manera frenética diferentes prendas de vestir y objetos queridos de ella. Así, enaguas, camisas, pañuelos, un escapulario, toda suerte de papelitos doblados y un sin fin de trapos multicolores, fueron saliendo de la caja y arrojados con frenesí delirante al suelo, hasta lograr que el pequeño montículo de objetos preciosos trascendiera el nivel del suelo del patio trasero del rancho.

Como un espíritu poseído por las huestes malignas de un ejército de diablos pirómanos, él regó kerosén sobre el montoncito de tesoros y ¡zas! encendió un fósforo, luego otro y otro …hasta que la llama lograda chamuscó las ilusiones y aplacó la ira. Transcurrido un rato, de la pira funeraria sólo quedaban cenizas y una humareda hedionda que hacía que me picara la nariz y que se me aguaran los ojos.

Concluido todo, él exhaló un suspiro, dio media vuelta y se fue para el monte, a su “trabajadero” habitual.

La mañana empezaba a clarear, las gallinas se impacientaban en su chiquero y a lo lejos, detrás del cerro, el rey de los astros empezaba a mostrar sus greñas de oro anunciando el nuevo día.
Trepado en el jorón, mi hermanito  se desgañitaba pidiendo desayuno, amenazando con lanzarse al vacío.

Los otros chicuelos, arriba todavía dormían, formando un nudo de piernas, manos y troncos, enfurruñados en un ovillo, parecían soñar la más dulce de las fantasías infantiles.Y acá abajo yo, la más pendeja de todos, vigilando a esos chiquillos haraganes y cochinos, poniendo el café y sancochando yuca, para que todos se llenen la panza lombricienta. Una panza que parece que nunca se harta, por más comida que trague.

Todo eso desde una mañana que no olvido…y ¡cómo olvidarla!, si fue la mañana en que dejé de hacer piruetas en el río. El mismo día en que se quedaron abandonadas en un rincón y para siempre, mis muñecas de trapo y tuzas de maíz seco, fue la mañana en que crecí de un golpe, fue precisamente la mañana en que ella, “mama” se fue...

viernes, 2 de enero de 2009

Certezas e Incertidumbres



Un nuevo año llega y con él la inexorable certeza del paso del tiempo. No se trata ya de usar tinte claro para el cabello a fin de realzar mis facciones y para combinar con el color de mis ojos, sino por la posibilidad adicional de que usando el mismo se mimetizarán las primeras canas que desde hace meses atrás se asomaron rebeldes, las muy cabronas, decididas a quedarse para siempre.

Como se ha hecho costubre, mi fama de cascarrabias, en vez de esfumarse crece y de nada vale que pregone a los cuatro vientos que todo se me resbala, que soy una partidaria acérrima del "vive y deja vivir", no que va, no importa, haga lo que haga, soy una amargada en quien ya se asoman, evidentes, los síntomas del chocheo.

De nada vale que apoye cualquier causa o pensamiento diferente, que esté al tanto de la música, de las letras, de la moda y de cualquier actividad novedosa, no, que va, no importa que sea una mujer trabajadora y autosuficiente, para mucha de la gente que tiene la desgracia de tratarme y pareciera ser que para los estándares imperantes estoy a un paso de ser una anciana decrépita.

Si quiero cambiar de trabajo, ello me está vedado, pues los anuncios de búsqueda de empleo, son específicos en establecer parámetros de sexo y edad definidos, sin obviar el clásico requisito de "buena presencia" infaltable y que haría que se me hincharan los cojones, si los tuviera. O sea: los feos, no tienen derecho a trabajar.

Siendo honesta no es que yo me crea impresentable, pero ¡que huevo! me da rabia que pretendan que me convierta en la clon de Claudia Schiffer en sus mejores tiempos, que encima sepa inglés, frances, portugués, italiano y mandarín; que domine todos los secretos de la informática y la cibernética, aparte de los elementos propios del puesto requerido, para pretendan venir a pagarme una suma que de a vainas llega al salario mínimo. No que va, que se metan su trabajo por el &/($%·"¡¿...mejor me sigo comiendo un cable, pero, eso sí, quedándome con mis emprendimientos, mis planes de negocio en incubación; mis sueños y esperanzas, para ver si antes de morirme, me gano el gordito y monto el negocio de mis sueños.

Si quiero obtener un seguro de vida nuevo, el valor de las primas aumenta, porque prácticamente estoy a un pie del sepulcro.

Si se me ocurre mencionar que "tengo ganas de estudiar algo nuevo...digamos, diferente", me encuentro con caras risueñas burlonas que sin decirlo me dicen: para que vas a estudiar algo nuevo, si en cualquier momento te "da un faracho y pelas el bollo". O bien las caras cabriantes de "hasta cuando vas a estar inventando vainas, dedícate a atender a tus hijos y tu casa, que bastante abandonados los tienes..."

Un nuevo año llega y yo todavía no tengo agenda 2009...Ningún banco, almacén, tienda, amigo, conocido o empresa cualquiera me la ha regalado. Lo anterior me lleva a un razonamiento devastador. ¿La vaina está cada vez más dura en Panamá y los presupuestos destinados a publicidad han disminuido? o ¿Ya no soy tan popular e importante como hace varios años atrás, cuando para estas fechas llegué a tener varias agendas, sin que ninguna hubiese sido comprada por mi?. Ni modo, tendré que comprar una agenda...sin ella estoy muerta.

Un nuevo año llega y dentro de mis resoluciones están: ser mejor persona, acercarme a Dios, cultivar mis afectos, publicar mis versos y escritos, descifrar los secretos de la guitarra, bajar 20 libras de peso, mejorar mi inglés, dejar el miedo al Derecho Penal y agarrarle cariño, involucrarme con alguna obra social que mejore el ambiente de mi comunidad, leerles a mis hijos pequeños y sembrar en su corazón el amor a las letras; no meterme en la vida de mis hijos grandes, pues la ley de la vida los obliga a volar lejos, a caerse y a levantarse; seguir plantando mis flores, buscando como "Candy" mi flor de 7 colores y continuar inventando vainas, para ver si no me muero antes y me puedo retirar sin preocupaciones económicas a mi finca soñada, en mi casa soñada, con mi hombre soñado, a plantar mi jardín soñado y a recibir a mis hijos y nietos soñados...