jueves, 20 de febrero de 2014

Poca Paciencia

Soy de tener poca paciencia.  Supongo que más que una virtud,   es un defecto.  Estoy segura que por esa falta de paciencia me pierdo un gran número de acontecimientos importantes,  motivos de dicha  o de desenlaces felices.


Como soy consciente de que debo tener más paciencia,    programo ejercicios que me ayuden a fortalecer esa capacidad de tolerar que las cosas no dependen  de mi voluntad individual. 


Por eso hago cosas sencillas e intrascendentes  que me permiten ejercitar el arte de la paciencia,  como ver la “santa misa en la tele” uno  que otro domingo ,  respirar hasta diez antes de mandar para la mismísima m… a quien me hace una maldad automovilística o tratar de aprender a tocar guitarra de manera autodidacta a punta de vídeos de youtube.

Por eso también hago cosas lindas y gratificantes,  como dejar secar semillas de guandú,  desgranarlas,  sembrarlas,  regarlas,  observar el  instante en que el tallo se desarropa de su manto terrenal y asciende erecto a buscar las bondades de la vida sobre la litósfera;  y así,  luego del regado,  abonado,  hasta el proceso cumbre de cosecha,  cocinar arroz con guandú,  deleitar mi olfato con su maravilloso olor y finalmente deglutir el fruto de mi esfuerzo,  para deleite de mis papilas gustativas.   También,  a veces leo libros que a primera vista me parecen aburridos, con el sólo fin de pacientemente llegar al final.  Esto último a veces es logrado,  otras veces,  la impaciencia del aburrimiento, hacen que deje el libro a medio palo y busque otro.  Como todo ejercicio práctico,  a veces las cosas no resultan.

Siembro plantas,  leo libros,  no insulto tanto,  veo programas que no me gustan para tratar de aprender cosas que le interesan a mi prójimo,  trato de desarrollar un arte,  juego cosas raras,  como mecanismos de vencer mi impaciencia y siendo  objetivos,  he descubierto que en esas cosas,  tiendo a ser bastante paciente.

La situación cambia,   cuando se trata de interactuar con humanos.  Y ahí si estoy segura que cada vez tengo menos paciencia.  En el camino,  me volví experta en el arte de sacudir de mi vida a gente que me hace sufrir o que me molesta.  Y tal vez eso podría considerarse muy bueno,  porque evita que me envuelva en relaciones tóxicas,  aunque es posible que por impaciente también pierda oportunidades invaluables de compartir con gente maravillosa,  en diferente forma a lo que estoy acostumbrada.

A final de cuentas,  el corazón me pide ser paciente,  pero a ese no quiero hacerle caso,  porque a través de los años descubrí que esos quereres míos son irresponsables,  lo que implica que debo  pedir la interdicción judicial por incompetente y bruto  para mi corazón.  Pero la razón también  me dice que debo ser más paciente.   A esa le voy a hacer caso.  No muy convencida,  porque siento que pocas veces corazón y cerebro logran una complicidad sospechosa,  en cuyo caso tocará pedir la interdicción judicial total para mí.

Voy a ceder,  contra ese deseo de mandar todo para el diablo y empezar de nuevo.  Lo haré por el convencimiento de que la madurez implica disciplina y parte de la disciplina consiste en no formar berrinches cuando las cosas no son como yo quiero que sean.


“Crezco,  soy feliz,  TOMO EL CONTROL.  Me amo más que a nada en el mundo.  Cada nuevo día es un  aprendizaje.” (nueva mantra)

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