Soy de tener poca paciencia.
Supongo que más que una virtud, es un defecto.
Estoy segura que por esa falta de paciencia me pierdo un gran número de
acontecimientos importantes, motivos de
dicha o de desenlaces felices.
Como soy consciente de que debo tener más paciencia, programo
ejercicios que me ayuden a fortalecer esa capacidad de tolerar que las cosas no
dependen de mi voluntad individual.
Por eso hago cosas sencillas e intrascendentes que me permiten ejercitar el arte de la
paciencia, como ver la “santa misa en la
tele” uno que otro domingo , respirar hasta diez antes de mandar para la
mismísima m… a quien me hace una maldad automovilística o tratar de aprender a
tocar guitarra de manera autodidacta a punta de vídeos de youtube.
Por eso también hago cosas lindas y gratificantes, como dejar secar semillas de guandú, desgranarlas,
sembrarlas, regarlas, observar el
instante en que el tallo se desarropa de su manto terrenal y asciende
erecto a buscar las bondades de la vida sobre la litósfera; y así,
luego del regado, abonado, hasta el proceso cumbre de cosecha, cocinar arroz con guandú, deleitar mi olfato con su maravilloso olor y
finalmente deglutir el fruto de mi esfuerzo,
para deleite de mis papilas gustativas.
También, a veces leo libros que a primera vista me
parecen aburridos, con el sólo fin de pacientemente llegar al final. Esto último a veces es logrado, otras veces,
la impaciencia del aburrimiento, hacen que deje el libro a medio palo y
busque otro. Como todo ejercicio
práctico, a veces las cosas no resultan.
Siembro plantas, leo
libros, no insulto tanto, veo programas que no me gustan para tratar de
aprender cosas que le interesan a mi prójimo, trato de
desarrollar un arte, juego cosas
raras, como mecanismos de vencer mi
impaciencia y siendo objetivos, he descubierto que en esas cosas, tiendo a ser bastante paciente.
La situación cambia, cuando se trata de interactuar con
humanos. Y ahí si estoy segura que cada
vez tengo menos paciencia. En el camino, me volví experta en el arte de sacudir de mi
vida a gente que me hace sufrir o que me molesta. Y tal vez eso podría considerarse muy
bueno, porque evita que me envuelva en
relaciones tóxicas, aunque es posible
que por impaciente también pierda oportunidades invaluables de compartir con
gente maravillosa, en diferente forma a lo
que estoy acostumbrada.
A final de cuentas, el
corazón me pide ser paciente, pero a ese
no quiero hacerle caso, porque a través
de los años descubrí que esos quereres míos son irresponsables, lo que implica que debo pedir la interdicción judicial por
incompetente y bruto para mi
corazón. Pero la razón también me dice que debo ser más paciente. A esa
le voy a hacer caso. No muy
convencida, porque siento que pocas veces
corazón y cerebro logran una complicidad sospechosa, en cuyo caso tocará pedir la interdicción
judicial total para mí.
Voy a ceder, contra
ese deseo de mandar todo para el diablo y empezar de nuevo. Lo haré por el convencimiento de que la madurez
implica disciplina y parte de la disciplina consiste en no formar berrinches
cuando las cosas no son como yo quiero que sean.
“Crezco, soy feliz, TOMO EL CONTROL. Me amo más que a nada en el mundo. Cada nuevo día es un aprendizaje.” (nueva mantra)
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