martes, 18 de febrero de 2014

Bailar como loca


Bailar como loca, a solas: sudando la gota gorda mientras meneo mi gran trasero, herencia de algún gen africano despistado pero latente, para suerte mía, evidentemente presente en mi árbol genealógico.
Bailo, al ritmo de grease, flashdance, footlose o my sharona, brincando feliz recordando los saraos de la rebeldía despreocupada de la secundaria o las coladas en la discoteca, cuando no le exigian a una, cédula para demostrar una mayoría de edad inexistente.

Bailo, para quemar calorías, para soltar los músculos, hacerle gestos vulgares, provocativos y poco castos, a la imagen del espejo, sentir el placer de ser por un instante, la sensual vedette de mis sueños no cumplidos.

Bailo y me río de mi misma, de la flacidez, de la celulitis, de las tetas caídas, pero no vencidas y de los cuasi cuadritos abdominales, invisibles todavía, los que, en mis sueños de opio recreo para gloria futura de una utópica y poco probable barriga plana.

Bailo y quedo con las piernas de trapo, la cara roja y el peinado deshecho, pero aún así, quedo con mi autoestima a millón y la sonrisa de niña en pascuas pintada en el rostro por horas.
Bailo, para espanto de mis vecinos, alegría de mis hijos y tranquilidad de mi alma.

Sin duda alguna, bailar como loca, a solas: otra cosa genial, descubierta después de los cuarentas, que se aprende a disfrutar sin el más mínimo pudor o cargo de conciencia cuando -¡por fin! - empezamos a no pedir permiso para ser nosotras mismas, hacer lo que el cuerpo nos pide y decidir hacer lo que nos da la regalada gana.




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