En las noches en que la luna lo llena todo, es más sencillo
que la criatura silvestre que te habita, decida salir a vagar por mundos
distintos a los usuales. El espectro
cargado de cadenas, que penando, por los
portales ajenos, bebe agua de tinaja en
totumas invisibles, duerme un rato y se olvida por un breve instante, de la insensata
idea de lograr una redención que nunca llega.
Una deja el cascarón corporal inerte, preso en su cárcel de dudas
y materia. La mariposa azul sale
a volar libre, hasta fundirse en la esencia de las cosas.
Mientras te bañas de escarcha y plata, cuentas rocas espaciales, aspiras el polvo galáctico; tentando al destino, presente siempre en la
memoria, la conseja ancestral fatalista de la infancia perdida, que decía, que el que contando astros, cuenta su estrella,
recibirá el memorable castigo de los dioses.
Las constelaciones y su telaraña azul siguen avanzando en su
ruta celestial, tu sigues contando
estrellas, sin miedo, como corresponde una mujer que se cansó de deshojar
margaritas. Nunca el gran Prometeo renunció a la flama inmortal
por culpa de insensatos temores pusilánimes.

Una entonces, humana imperfecta, se confunde. No sabe si se es parte de un todo, de algo
o de la nada en esa bastedad que contemplas. Ahora bien, la verdad, sea dicha, después de un par de
sorbos de té de hierba de limón que crece en el patio y de los chistes subidos
de tono del felino imaginario, a una tampoco le importa mucho descubrirlo, una solo quiere que la noche sea eterna, para seguir disfrutando el hechizo lunar y
sus placeres mundanos.