martes, 2 de agosto de 2016

Mala simiente



A veces llegamos al punto en que no importa
que sea martes, o lunes o jueves.
Si hace calor o si una tiene ganas de tomarse una cerveza bien fría.
No importa el hastío,
Ni el millón trescientas veintitrés mil rabias atrasadas por cosas bobas.


La verdad, a veces,  poco o nada importa,
querer repartir balazos o abrazos.

Lo que sí importa, es que en el país de las mieles amargas,
cuando  parece que no queda más espacio para sentir vergüenza,
Siempre,  indefectiblemente, queda el resquicio donde se cuela aquella.

Sea por un nuevo escarnio a las neuronas,
Sea que se bautice, al tiempo que pinten cruces de ceniza en la frente de
nenas con  hijos-hermanos en sus vientres.
Sea  que se  exija vaselina para que el desgarro duela menos,
y así, promundi y beneficio, seguir prostituyéndose ad infinitum.

Lo que también importa y la verdad sea dicha,  mucho.
Son estas ganas de vomitar bytes,  mariposas y palabras.
Ganas de vomitar el desgano diario,
ganas de no sentir una tristeza más, dentro de la cadena interminable
de ganas y verguenzas atrasadas,
para así poder mirar a los hijos-hermanos paridos de las nenas bautizadas, 
triste futuro de la patria,
con los ojos y el alma limpia.

Pero para la gente buena y sabia que engorda de orgullo,
al tiempo que cita versículos y niega preservativos,
la lógica de todo es diferente a la mía.

Y yo,
que no le encuentro el chiste al opio popular,  a poner la otra mejilla.
Ante el odio implacable de tanto redentor gratuito de cada hijo ajeno irreverente,
me siento, 
soy,
oropel- espejito-cuentas de colores para el indio,
ente prescindible de cualquier cronología histórica decente,
diáspora errante,
triste simiente sin futuro.

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