que sea martes, o lunes o jueves.
Si hace calor o si una tiene ganas de tomarse una cerveza
bien fría.
No importa el hastío,
Ni el millón trescientas veintitrés mil rabias atrasadas por
cosas bobas.
La verdad, a veces, poco o nada importa,
querer repartir balazos o abrazos.
Lo que sí importa, es que en el país de las mieles amargas,
cuando parece que no
queda más espacio para sentir vergüenza,
Siempre, indefectiblemente,
queda el resquicio donde se cuela aquella.
Sea por un nuevo escarnio a las neuronas,
Sea que se bautice, al tiempo que pinten cruces de ceniza en
la frente de
nenas con hijos-hermanos
en sus vientres.
Sea que se exija vaselina para que el desgarro duela
menos,
y así, promundi y beneficio, seguir prostituyéndose ad
infinitum.
Lo que también importa y la verdad sea dicha, mucho.
Son estas ganas de vomitar bytes, mariposas y palabras.
Ganas de vomitar el desgano diario,
ganas de no sentir una tristeza más, dentro de la cadena
interminable
de ganas y verguenzas atrasadas,
para así poder mirar a los hijos-hermanos paridos de las
nenas bautizadas,
triste futuro de la patria,
con los ojos y el alma limpia.
Pero para la gente buena y sabia que engorda de orgullo,
al tiempo que cita versículos y niega preservativos,
la lógica de todo es
diferente a la mía.
Y yo,
que no le encuentro el chiste al opio popular, a poner la otra mejilla.
Ante el odio implacable de tanto redentor gratuito de cada hijo
ajeno irreverente,
me siento,
soy,
oropel- espejito-cuentas de colores para el indio,
ente prescindible de cualquier cronología histórica decente,
diáspora errante,
triste simiente sin futuro.
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