miércoles, 10 de octubre de 2012

Cabangas / Cuento



Es difícil llegar  al punto donde por fin entiendes que nada de lo que  hagas o dejes de hacer,   te convencería  de que aún valía la pena intentar salvar nuestro amor.

¡Nuestro  amor!…que ridícula me sonaba la palabra amor… hubo “amor” entre tú y yo alguna vez ???.  No  tengo respuesta,  sólo preguntas  quemándome la lengua.

 Debo confesar que a mis 48 años,  dos divorcios,   dos hijos “querendones”,  frutos del primer “matricidio” que cometí,  necesarios para no quedarme sola en la vejez,  y un buen par de relaciones poco serias en  la cancha,   todavía me costaba entender qué es o debería  ser,  eso que la mayoría lumpen que gasta oxígeno y deteriora el planeta,   llama “amor”.

No sé porque pensé todas esas cosas  en ese momento.  La verdad es que no habías hecho nada mejor o peor de lo cotidiano.  Incluso,  me atrevo a decir que la cordialidad que imperaba en nuestras relaciones mutuas,  no era más que un recordatorio permanente,   de que los buenos tiempos que ya no volverían.

El sentirme patética y avergonzada por mi falta de voluntad para no pensarte,  verte o frecuentarte,   era  tal vez el último elemento que faltaba para decidirme a dejarte en paz.  Muy en paz.  Sí,   definitivamente,  merecías que  te dejara en paz.  

Tenías toda la vida por delante.

Creo que te hice el juego.  Creo que en realidad tú me obligaste a mandarte para la mierda,  pues tu cobardía intrínseca de macho latino,  te impedía,  por un “no sé qué” absurdo,  dejarme.

Así pues,  luego  de tres meses de penar por ti,  de sentirme sola,  de mirarme por dentro, creo que por fin pude aceptar que en realidad lo que me pasaba es que me aferré a ti,  como una tabla de salvación.  Tú no lo entendías,  yo tampoco,  sólo sentía que se me iba el tren, carajo!!!,  el último tren.

Detesto la soledad.  Soy un ser gregario,  extremadamente sensual (y sexual) que necesita del contacto de una piel suave,  limpia,  como la tuya que me hiciera vibrar…sentirme viva…tú lo entendiste a la perfección,  muchas veces te lo dije…no me avergonzaba  la  naturaleza erótica de la que fui dotada.  De hecho,  creo que es algo que tiene grandes ventajas y que le da a uno un cierto poder.  Debo confesar que antes de ti,  también disfrutaba del sexo,  pero tenía (estúpida yo) grandes cargos de conciencia por eso…que pendeja no???  

Tú juventud y entusiasmo derribaron las últimas barreras que en mi interior pudieran existir para disfrutar a plenitud durante,  algo más de dos años,  el éxtasis más intenso.  Eras un tremendo alumno y el maestro más excepcional que pude conocer.

Nunca resentiste mi experiencia.  Nunca me interesó saber de tus anteriores maestras.

Jamás nos escondimos.  Nunca me importó el qué dirán,  total,  siempre tuve fama de excéntrica,  nunca comulgué con la moral cristiana,  además de que,  tampoco tengo una apariencia maternal.  De hecho,  ni siquiera con mis hijos fui la típica mamá  abnegada.  A ellos los crié bien,  los eduqué,  les di alas,  los hice cómplices independientes,  más que cachorros sumisos.

 Tal vez,  por eso,  me encantaba presumirte como mi más preciosa adquisición.  Nunca me  sentí una vieja roba cunas,  nunca pretendí aparentar menos edad…tampoco era tan abismal nuestra diferencia de edades,  yo 48 y tú 32,  16 años de diferencia.  Si hubiera sido al revés,  tu el viejo y yo la chica,  seguro no habría importado nada.

Podías haber escogido a quién quisieras,  eras guapo,  soltero,  trabajador e inteligente.  Pero me escogiste a mí.  Montaste una cacería tremenda.  Fue halagador.  Eras el primer tipo más joven con quien yo estaba.  Nunca exigiste nada a cambio,  salvo la libertad de hacer lo que te diera la gana,  sin reclamos.  Te disfruté y te amé.  Con locura.

 A pesar de la juventud y de una  cierta torpeza y brusquedad de tu parte,   me pasó algo insospechado,  único,  irrepetible.    Contigo  pasó eso del “enculamiento”.

El “enculamiento” es un término que nunca he visto que se le aplique a las mujeres,  pero que es exactamente lo mismo  con que se designa ese estado de ánimo que se apodera de los hombres cuando se empecinan (o enculan) con una hembra ;  y se figuran que si no es ella,  no es ninguna.

Cuando te fuiste de mi lado,  te busqué sin éxito,  te espié,  ahogué mis penas en alcohol.  Incluso me busqué “el clavo que saca otro clavo”,  un buen tipo que definitivamente no te llegaba ni a los talones en eso de la fabricación ingeniosa de orgasmos,   me cambié el color y el corte de cabello,  inicié varias dietas,  me volví un “mujerón” más bella que nunca;  llegaron nuevos pretendientes,  y nada,  seguí  "enculada" contigo.  

Aunque he de reconocer que esos estados en que la autoestima se me iba al piso eran temporales. 
Realmente estaba mal.  Pasaba de la depresión a euforia rapidísimo.  Tal vez era bipolar,  sin darme cuenta.

Lo sospeché un día en que andaba con el moco caído y  el chino de la tienda,  con todo y las masas adiposas de mis muslos,  me miró un poco extraño,  cuando fui a comprar el gas,  sí,  me miró extraño.  Me atrevo a decir que con un poco de lujuria…y cómo no?,  si la verdad sea dicha,  es que ese día me quedé sin gas,  en medio de la preparación del café;  y  como quiera  que el café para mi es sagrado,   así mismo,  en  chancletas,    pantaloncito corto de andar “entrecasa” y una camiseta sin sostén,  me largué a comprar el tanque de gas.  Vea pues,  el chino pervertido,  no dejaba de mirarme los pezones que trascendían la camiseta,  el muy ladino.  Lo bueno del asunto,  es que el sentirme “lujureada” me hizo sentir bien  y regresé contenta a la casa.  Sí,  contenta a pesar de todo,  a pesar de ti y de tu ausencia…

Pero la euforia no duró mucho,  Sólo hasta que alguna pendejada te trajo de nuevo a mi memoria y me volvió a entrar la "cabanga". 

"Cabanga" en muchos lugares es un plato de comida muy étnico.  Básicamente es un plato latinoamericano a base de yuca o mandioca.  Pero en Panamá,  "cabanga" es sinónimo de nostalgia:  Es la nostalgia o  tristeza aguda que se siente por extrañar algo o a alguien,  de quien nos hemos separado con mucho sufrimiento.


Mi vecina Yeya  tiene una forma muy simpática de hacerle frente a la "cabanga".  Desde que “El Topo”  su marido,  la dejó,  ella,  vive y muere matando  cabanga a punta de trago y rancheras.  Elementos estos,  que en su justa proporción,    le devuelven el ánimo.

A mí,  por el contrario,  las rancheras cargadas de traiciones,  licor y balas,  me deprimen que es una barbaridad…  

Las rancheras,  me ponen de un humor insoportable y tengo que salir huyendo de la casa para no irle a reclamar y formar un tremendo “bembé”  que seguro terminará las relaciones cordiales que hasta el momento nos unen.  La verdad es que me cae bien Yeya.  Ella  siempre anda reída,  además riega las plantas de mi jardín cuando se me olvida.

De algo estoy bien segura:   y es que,   si le voy a reclamar a Yeya,  para que baje el volumen,   no se reirá mucho.  Lo más probable es que me pegue una arrastrada;  o bien me toque halarle las greñas,  en una poco edificante escena  tipo patio limoso, de barrio bajo,    para beneplácito del resto de mi aburrida barriada burguesa.  No,   mejor,   cuando la tipa anda en su onda depresiva,   yo mejor agarro calle…

A diferencia de Yeya,  cuando yo me pongo “depre”,  pongo heavy metal…me gusta el rock del viejo,  como ACDC…o alguna “guebada” similar,  nada de “Evanecense”,  ni esas pendejadas que escuchan mis hijos y sus amigos.  Como vivo sola,  me puedo dar el lujo de poner el reproductor de discos compactos a “toda madre”,  hasta que aguanten mis tímpanos;  y  así,  de plano me desquito de la  vecina,  quien cordialmente,  también huye despavorida y jamás ha osado quejarse.  Supongo que las dos tenemos un  pacto de no agresión, de no  jodernos con reclamaciones inútiles,  por volúmenes altos,  y los gustos musicales de cada quien son sagrados.  Todo sea por  matar al enemigo común:  la cabanga.


Pero bien,  aparte de oír rock,  mi "cabanga" también se espanta,   cuando  me pongo a cocinar.  Eso no falla.  Las recetas me salen espectaculares.  

Hoy,  dicho sea de paso,  para palear la cabanga de tu ausencia,  cociné lasaña.  Lasaña de  pollo con salsa blanca,  gratinada,  con una generosa capa de queso en la cubierta superior,  tostadita,  un  poquito dorada,  fusión del queso,  ricotta,   mozarela con el parmesano infaltable  y una salsa bechamel,  cuya sazón  maravillosa es un invento mío.   A  nadie se le ocurriría pensar que hago trampas  adicionando a mi maravillosa salsa,  un par de sobres de caldo deshidratado de cebollas.  Sin ese ingrediente secreto,  mi salsa sería  algo común y corriente,  similar   al resto de “las salsas bechameles”  que andan por allí, muy orondas ellas,   sazonando  platillos comunes y corrientes,   en las cocinas comunes y corrientes de todo el   mundo. 

A pesar de terminar la lasaña y de una buena dosis de “heavy”,  "la cabanga" no se iba.  Entonces,  sin pensarlo mucho,  en otro arranque de patético “arrastramiento” separé un molde completo  para ti.  
Supongo que podrías comer por lo menos cinco comidas durante la semana.  Sé,   que de la soltería,  lo que más te fastidia es el cumplimiento de obligaciones domésticas,  cocinar incluido.  Sí,  seguro que apreciarías mi lasaña especial.

Subí al carro,  pasé donde el chino lujurioso a comprar  un litro de refresco para ti,  para que acompañaras la lasaña especial;  y me fui a tu casa. 

No te llamé previamente,  como me  has pedido que haga,  ¿para qué?  Lo más probable es que no me contestaras igual.   Me baje del auto,  subí a tu apartamento,  introduje  la copia de la llave en la cerradura,  entré, y mi pulso se aceleró al descubrir que,    aún me sigue recibiendo en la repisa una foto tuya y mía,  de cuando éramos “felices”,  igual observo,  tanteo,  olisqueo,  lleno mis sentidos de ti…estás vivo en cada espacio  de tu espacio vital;  y te veo reflejado en el espejo de luna de la sala,  el cual está en ángulo directo reflejando lo que ocurre en tu habitación. 

Estás dormido.  Pareces un ángel.  No me ves.  No me sientes llegar.  No existo para ti.
Cuanto diera por  darte un beso suavecito y tierno.  No lo hago,  no deseo despertarte.  El tiempo pasa y yo te contemplo frágil,  hermoso,  dormido  en tu limbo onírico.   Realmente pareces un ángel.
Dejo el refresco  en la refrigeradora,  la  lasaña en la mesa,  te dejo una  flor que me traje desde casa.

…y la "cabanga" se fue.

Eso fue el sábado pasado.

Esta semana tuve mucha paz.  Seguro que también tú.  Sin embargo,    este sábado,  tuve que venir a verte,  la maldita "cabanga" regresó.  Tú hermana quería hablarme de ti y eso despertó nostalgias dormidas.
Y aquí estoy.  Rodeada de flores marchitas.

Olvidé mencionar  que la salsa bechamel  de la lasaña que dejé sobre tu mesa,  contenía,   además de caldo de cebollas deshidratado,  veneno para ratones.  Un  ingrediente novedoso que al parecer no percibiste,  cuando con la glotonería usual devoraste en una sola sentada,  el molde de lasaña que seguro descubriste,   tentador,  en la mesa,  al retornar de tu sueño.

Nadie sospechó nada.  Al parecer en tu agonía,  agarraste la llave de tu carro y en una arriesgada maniobra,  seguro que manejando,   con la mente obnubilada y las entrañas quemándote,  te estrellaste de frente con un camión,  el cual por más intentos que hizo,  no pudo esquivarte.

Otra cosa,  sólo a tú ridícula hermana se le ocurriría repetir como epitafio tuyo,  el que usara  el marques de Sade:   “Si no viví más, fue porque no me dio tiempo”

Estoy segura que te habría gustado algo más original.

Creo que la visión de las flores marchitas de la tumba que te cobija,   me quitó la "cabanga" del todo. 

Eso espero.


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